En un momento nuestra vida puede cambiar.  Sucede a veces que mientras aún nos estamos quejando de la monotonía de nuestros días, sin percibir siquiera, a nuestro lado ya se ha instalado sigiloso e invisible el cambio. En realidad ha venido causando estruendos, como viento recio cambiando de lugar todo a su paso.  Desde el extremo imperceptible del universo hasta el perceptible punto donde nos encontramos. ¿Pero quién está preparado para resistir estos repentinos embates?

Estos cambios suceden porque existe un mundo espiritual que no vemos ni oímos pero que plausiblemente imprime sus consecuencias en nuestro vivir. Pero  aún así no tenemos por qué ser víctimas de los giros del destino, si no que tenemos la opción de anclarnos en seguridad. No tenemos por qué vivir temerosos de por venir. Podemos tener la certeza de que aunque cielos y tierra pasen, nosotros permaneceremos firmes sobre la roca de la confianza.

Cristo es esa roca y establecidos en fe sobre esta roca, toda la visión del mundo que tenemos cambia, todas nuestras prioridades dan un vuelco increíble; Aquello que considerábamos imprescindible, deja de serlo y aquello de lo cual hemos pasado siempre, quizás se convierte en el centro de nuestras vidas.

Pero lo más importante es que este cambio de perspectiva, de prioridades, trae consigo una paz infinita, una tranquilidad y alegría de espíritu que el más rico magnate ya quisiera comprar, pero ningún dinero en el mundo lo puede hacer, porque es gratuito, es de gracia, es por fe.

En este tiempo en que se está acabando un año y comenzamos otro ¿No quisiéramos acaso que cambien situaciones en nuestra vida? En la vorágine de nuestros días ¿No habrá acaso quien anhele sosiego?  ¡Oh! Bendita decisión el dejar que Dios tome el mando de nuestra barca y nos conduzca a playas de reposo y que desde esa orilla veamos desde otra perspectiva todos nuestros anhelos, y empecemos a acomodarlos por lo que valen en amor, en lazos familiares, en confianza y en fin en aquello que nadie puede comprar ni vender, aquello que vale por la eternidad y dejemos por último lo que nos afana y agobia cada jornada; lo material.

 

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