Esta parábola, muchas veces leída u oída, ilustra a través de los tiempos y las edades, el temor natural que anida en todo ser humano: El de no dar la talla adecuada a las exigencias impuestas ya sean espirituales, familiares, académicas o de la índole que sea.
Nos adentraremos juntos a examinar el sentido espiritual, porque es el énfasis puesto por el propio Señor Jesucristo, sin embargo dilucidando el problema en ésta área tan importante, podremos desembarazar el dilema en todas las otras que pudiéramos, concientes o no, tener enmarañadas.
Bien sabemos que en la viña del Señor, habemos de todo tipo de personas, con diversos caracteres, actitudes etc.. y podría ser que eres de los arrojados y valientes, ya por naturaleza, si es así, no te impacientes, lee, escucha, medita y así podrás ayudar a otros que sí, tengan éste inconveniente.
Si observamos bien el pasaje bíblico, vemos que estos tres siervos, recibieron de parte de su Señor los talentos que, fíjate bien; “conforme a su capacidad” merecían recibir; Aquí está nuestro asidero, nuestra esperanza. Si tienes un talento es porque eres capaz de multiplicarlo y de sacarle provecho, tienes la valía necesaria para sacar adelante aquello que han puesto en tus manos. Aquel proyecto que te entregaron. Ese desafío que te lanzaron.
Una vez más usaremos al pobre Moisés, que si estuviera vivo, le arderían las orejas, porque siglo tras siglo, de punta a punta del planeta, le hemos puesto de ejemplo de indecisión y de temor. Bueno, pues allá vamos de nuevo tomando como modelo al futuro líder, al futuro caudillo de las huestes de Israel, porque en aquel momento, no era más que un apocado, tímido, temeroso, tartamudeante y casi jubilado pastor de ovejas. Pero aquí no acaban las limitaciones, porque para colmo las ovejas no eran suyas, eran de Jetro su suegro. ¡Vaya panorama, hermano, hermana! Ni siquiera era autónomo.
Y en estas condiciones fue llamado nuestro paladín; Como es lógico, lanzó sobre el tapete todas sus desavenencias, sus limitaciones e impedimentos, ante la propuesta del Señor, de sacar a su pueblo de la esclavitud. ¡Vamos, que no había por donde aferrarse a la esperanza de que esa misión él la pudiese cumplir! Y entre excusas de parte de Moisés y reafirmaciones de apoyo de parte de Dios. Nuestro héroe se lanzó a su cometido y tú y yo sabemos cómo acaba la historia y como esto ha afectado a través de los siglos a la iglesia del Señor.
Pues volvamos ahora a nuestros tres personajes de la parábola de los talentos, Los dos primeros, fueron e hicieron lo que sabían y podían y triunfaron: pero el tercero, comenzó a dudar, a elucubrar toda suerte de ideas negativas y de temor. Puso más énfasis en los nefastos resultados de su fracaso que en las posibles gratificaciones de su éxito. ¡Dios si pudiéramos apropiarnos del filtro celestial, para desechar lo malo!
Pongamos especial atención en que éste pobre siervo, tenía la mente de un fracasado, porque antes de emprender cualquier trabajo, él ya se veía fracasado, se veía con las consecuencias del fracaso sobre su cabeza. Llamémosle a éste mal: Síndrome del Fracaso. Tristemente se propaga sin control y es altamente letal y contagioso; es el que produce los muertos en vida, aquellos que caminan por las calles, ocupan quizás la banca a nuestro lado en las iglesias, y ¡cuidado! Pueden estar comiendo con nosotros.
Pero debemos ser sinceros, todos alguna que otra vez, hemos contraído éste virus, hemos incubado, desarrollado y quizás hasta mimado este sentimiento asesino, que Lugo gracias a Dios, vino alguien, o hemos oído un mensaje, un consejo, una canción o el Señor mismo nos envío su consuelo, su dulce renuevo a través de su Espíritu Santo a nuestro espíritu y nuevamente hemos remontado como las águilas y nos hemos visto capaces de emprender y lograr grandes metas.
Lo que hundió a nuestro tercer personaje en ésta parábola, no fue el tipo de trabajo que le mandaron desempeñar, no fue el carácter del patrón, no fue el entorno hostil, no fue la crisis económica ni la familia que en ese momento pudiera haber tenido; Fu su actitud. Se aferró desde el principio a lo negativo: Primero en la dureza del jefe a quien dice cuando fue requerido sobre su producción: “Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste” y luego se aferró a sus más bajos sentimientos, se asió a lo más engañoso que puede producir un corazón que no confía en Dios, si no en sus propias fuerzas: El miedo, el temor, la duda, el desaliento, pero por lo menos tuvo el coraje de admitirlo diciendo: “Tuve miedo”
Amados, Jamás seremos requeridos por Dios sobre situaciones u objetivos que para los cuales no tengamos capacidad. Si estás con un desafío en manos, con un reto frente a ti, es porque lo puede superar, porque puedes obtener “ganancias” para el maestro y satisfacción para tu alma. ¿Te enfrentas a un problema? ¿a un requerimiento, a una situación de peso? ¿a un trabajo, un proyecto difícil? Pues eso es porque tienes todo a tu favor para salir victorioso.
Eso eso porque el Maestro confía en ti, como confió en Moisés, en Gedeón, cuando escondido por miedo en un lagar, le dice que es valiente, que lo necesita para un gran trabajo. Mira y observa, a través de la Biblia, uno y cientos de casos similares. Tu nunca serás como el tercer siervo, porque tienes de tu parte al que todo lo puede, al Rey de reyes y Señor de señores, aquel en el que todo lo podemos. Tu eres aquel siervo al que el Señor le dirá en aquel glorioso día. “Buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor”