Es increíble que a quienes estén en contra del matrimonio gay, sean  llamados homófobos y sean puestos bajo el listón negro de la intolerancia.  Pero quien está a favor, puede gritar al mundo sus convicciones, puede salir, semidesnudo y pasear su desvergüenza por las calles, y para colmo de males,  es tildado de progresista, de liberal, de gente “rebosante” de modernidad y valiente por haber salido con coraje del “armario”.  Este efecto péndulo, producto del freno – desenfreno en las reivindicaciones homosexuales, abofetea a la mayoritaria franja de la población de cualquier país. Solodebemos considerar las marchas por el orgullo gay y sacar nuestras conclusiones.

Aunque los adeptos al matrimonio “convencional” estén cayendo en picado, aún existen los que luchan a favor de un verdadero hogar, donde una madre y un padre, enseñan en amor a sus hijos a enfrentar la vida y el mundo, con empatía, sí, pero nunca con liviandad ni haciéndose cómplices de los males de la sociedad moderna.  Lo siento mucho por quienes no lo ven así, y de corazón deseo que sean libres de esas cadenas, las cuales caerán con solo acercarse con fe al trono de la gracia. A todas luces, se ha conseguido una liberación, socavando las libertades de otros. Erradicar condenación a base de buscar más adeptos para alivianar el yugo, pasando de unos cuellos anónimos a muchos otros públicos.   Ésta es una realidad que no podemos obviar, que hoy día está más fuerte que nunca y que amenaza con arremeter contra los cimientos del matrimonio. 

Se insta, se alienta a lo que en otros tiempos era considerado vergonzoso, se promociona, lo que en otras épocas era una enfermedad de la cual había que librarse.  Se alardea de los “matrimonios gay” como una imposición de la rebeldía y la lascivia desenfrenada.  Se admiten en los colegios e institutos profesores que se declaran abiertamente de ésta ideología y que aconsejan a los alumnos a no acallar su «amor» hacia personas del mismo sexo.  Peor aún, se castiga a los jueces que no quieran presidir tales ceremonias.  Se cataloga de retrógradas a los que se mantienen firmes en sus convicciones. No nos damos cuenta que nos están imponiendo sus ideas, buscan discípulos, esparcen la semilla de sus inclinaciones por doquier.

Un gran desafío tienen los matrimonios, desde el principio de los tiempos: Nos inclinamos a pensar que estos tiempos son más difíciles, más duros que los pasados, sin embargo desde el principio, vemos parejas y familias luchando contra la corriente del mundo para mantener a flote la balsa del vínculo, en medio de corrientes tempestuosas de infidelidad, falta de perdón, rencor, etc.

 Remontémonos en el tiempo, vayamos hasta Noé y su familia, lidiando con la incredulidad de la época, hasta  Aquila y Priscila, dentro de aquel contexto de libertinaje arropado por dioses complacidos en la inmoralidad.  Por supuesto que ahora las informaciones y tendencias nos llegan con mayor velocidad y en profusión. Pero también nuestra formación hoy día es mucho más completa, no somos como “tamo que lleva el viento”.  Tenemos la capacidad de evaluar, de inquirir y de redarguir.  Por sobre todo tenemos el Espíritu de Dios, que nos da discernimiento espiritual y sobrenatural.  Aunque para deducir cual es el correcto, el de dos personas de un mismo o dos de sexos diferentes, no se necesita más que recurrir al sentido común. 

 

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