¿El origen del hombre está en  diminutos seres unicelulares,  sin cerebro ni sentimientos, sin capacidad de Creación?  Prefiero creer en un Dios que creó el mundo con la palabra: Que dijo hágase la luz, y esta brilló.  ¿No alumbran acaso las palabras bien dichas, a oscuros corazones y los rescata de las tinieblas del dolor? ¿No alivia un verso la pena y una prosa endulza el alma cansada del  ajetreo de un día sin sabor?

¿Crearía  Dios a mis primeros ancestros como diminutos seres unicelulares sin sentimientos,  sin capacidad de Creación?

Prefiero creer en un Dios que a su imagen y semejanza creó seres creadores, capaz de generar belleza, como Él la generó.

Ya sé que muchos pensarán que soy ingenua, que una quimera pretendo alcanzar, pero  me niego a creer que mi primer abuelo fue un mono que más se deleitaba  en catar de la cabeza de sus hijos liendres,  que contemplar las estrellas y extasiarse de su resplandor.

Que significado tiene la vida, si no corremos en pos de una pasión, aquella que emerge de lo profundo, que se encarna en sueños recurrentes, cuando despiertos caminamos por este mundo con Dios.

Si no creyese que después de esta vida hay vida, que triste y digna de compasión me sentiría yo.  Para que esforzarme en ayudar al prójimo,  en sembrar en amor, si todo acaba con el último suspiro, y ya no veré la luz, si no que un mundo esfumado e inexistente se diluiría para siempre mi alma cual vano vapor.

Si a Pablo llamaron  loco a lo cual él respondió: Pues si creer en Dios es locura, pues loco sea yo. Locura que no daña a nadie, locura que no busca lo suyo que se deleita en el amor. ¡Pues sea bienvenida y seamos todos locos embriagados del Dios creador.

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