La Retórica es el conjunto de reglas que ayudan a estructurar el discurso, y se compone de una parte teórica y de otra práctica. Es bien sabido que un mensaje expuesto en un tono sencillo pero atractivo y ordenado es más fácil recordar y aún más fácil estar atentos oyéndolo, sin embargo un mensaje que al ser expuesto denote su falta de orden y estructura es un castigo insufrible para los  oyentes.  Recordemos que un sermón es más que un conjunto de buenas ideas.

 Ésta parte teórica, ya la hemos desarrollado dentro de la HOMILETICA que nos dirige en la buena ordenación del sermón, por ello, nos concentraremos en la parte externa del mismo, es decir elocuencia, la capacidad de hablar en público con corrección y belleza con el objeto de convencer al auditorio, de enseñar, de mover a la acción.  La estilística y los modos de elocución.

Los asistentes a los cultos a las clases bíblicas merecen de nuestra parte un sermón pensado, pulido y estéticamente agradable para ser oído.  Quizás no tengamos una voz primorosa o pulcra como la de un locutor que generalmente es nítida y limpia, pero podemos esmerarnos en limpiar nuestra dicción de frases mal hechas, palabras desacertadas y de las muletillas que afean tanto nuestras elocuciones.  Seguidamente presentaremos algunos puntos básicos a tener en cuenta para un discurso adecuado.

VELOCIDAD,  PRONUNCIACIÓN Y ENTONACIÓN

Spurgeon propuso que es necesario empezar a paso moderado y aumentar naturalmente la velocidad al hablar con mayor vehemencia: “Cuando lleguéis a alguna frase que seáis que el oyente recuerde bien, parad el ritmo del discurso y pronunciad aquella frase con calma, o da una sensación de alivio a la mente de los oyentes, sobre todo si el predicador es fogoso y ya ha hablado largo rato a gran velocidad.”

«Empieza a hablar con calma y sin levantar excesivamente la voz desde el principio.       Ya vendrá la ocasión de hablar con calor en el curso del sermón. Sin embargo, principia con aire decidido, como el que está seguro de que tiene algo importante que comunicar, y asegúrate de que el volumen de voz es suficiente para que los que están sentados en los últimos bancos puedan oír desde la primera palabra.»

Aspira profundamente en las pausas, para que la falta de aire no te obligue en los párrafos largos a apresurarte y bajar la voz.

Articula las palabras distintamente. Procura corregir los defectos de pronunciación regional. Los ingleses tienen sus propios defectos regionales. En cuanto a nosotros, podemos notar: las vocales abiertas, en los predicadores catalanes; la z en lugar le s y la falta de terminación de muchas palabras, entre los de origen andaluz. Tanto unos como otros pueden, con perseverancia y esfuerzo, lograr hablar buen español. No es excusa el origen regional del predicador para no esforzarse a tal respecto. Todos deben esforzarse en conseguir la pronunciación correcta y completa.

Acostúmbrate a poner las pausas en el lugar que les corresponde. Tanto en textos bíblicos como los propios párrafos del sermón resultan mucho más comprensibles para los oyentes si el predicador los pronuncia con las pausas adecuadas.

MULETILLAS 

En toda disertación, siempre hay un gran peligro de introducir palabras de significado vago, que se avienen a toda clase de conceptos y se llaman «muletillas», o sea, apoyos que permitan al predicador descansar un instante para buscar las palabras que le conviene hallar. Hay personas que se hacen insoportables por el gran abuso de muletillas que usan en la misma conversación, y no menos pesado se hace el orador que cae en el hábito de usar alguna de tales muletillas con excesiva frecuencia durante la predicación. Quizás la más usual hoy día en nuestras reunión es el típico ¿no? o espiritualizándolo más el ¿amén, hermanos? No son malas, pero el oírlas cada dos o tres palabras puede llegar a ser angustiante.

Todas las palabras y frases, son correctas y útiles usadas alguna vez en el lugar que les corresponde, pero se convierten en fastidiosas muletillas tan pronto como se hace de ellas un uso abusivo. El predicador debe velar sobre sí mismo para evitar tales hábitos viciosos, y debe aun enseñar a sus miembros a evitarlos si es posible.

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