Hoy el pastor Tony, me ha hecho reflexionar sobre un punto muy “candente” como cristianos, el cual es: La venganza. Cualquier persona políticamente correcta, estaría pensando: – Eso, no va conmigo – Pero seamos sinceros, podemos ser lo inimaginablemente dulces cuando solo estamos filosofando sobre un tema, cuando no estamos tirados en la arena, batallando con sentimientos de decepción, rabia, disgusto y enojo. Seamos sinceros nuevamente y reconozcamos que hay momentos en que sale nuestro yo más desnudo y bruto y que nos hace exclamar: – ¡A ese, yo lo mato! Metafóricamente hablando, claro.

Vale, puede que sea la cara más exagerada del tema, sin embargo, debemos analizar por unos segundos el pasaje de 2º de Pedro 1:15, que se presta para todo un sermón, pero fijémonos que el apóstol va citando unas cualidades para ser participantes de la naturaleza divina. Habla de la añadir a la fe, virtud, a la virtud, conocimiento y al conocimiento dominio propio. Claro para llegar a esto, primero hay que tener la fe de ver con el alma y el espíritu, ver que existe un Dios que todo lo ve y sobremanera nos ama ¿no te parece ésta la virtud por excelencia?

Si nos dejásemos dominar por las emociones y los sentimientos que son como el viento que un día soplan fuerte y otro no se perciben, así como llegan se marchan.  ¡Dios nos libre! y ¡Gloria a Dios!  Que Él no puede dar el antídoto.

 Semejante a aquella irreal bolsa mágica que Eolo dio a Heracles, donde podía guardar todas las tempestades.  Así tenemos un corazón nuevo donde filtrar las tempestades emocionales (esto último no es mito, ojo, es realidad)

 Aunque cueste creer, te invito a probarlo: Si tu corazón está helado de soledad, el Señor enviará el fuego de su amor.  Si arde de dolor o se consume en deseos de venganza, he aquí que la frescura de su río de aguas de vida te dará el sosiego que anhelas.   El único fuego que conviene a nuestro corazón, es el fuego del amor que nunca se apaga.

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